Vanidad de vanidades y todo vanidad, según afirma el clásico. ¿Qué quedó de aquella época tan particular, qué sabor de boca nos dejaron aquellas aventuras y desventuras, aquella rancia educación con la que pretendieron engañarnos, robarnos el alma y la felicidad? Aquel país pacato y descompuesto que yo conocí, incapaz de dejar de mirarse el puto ombligo, sucio y casposo, es, en su mayoría, un espectro que se hunde cada vez más en la nada que merece, mirando con ojos anhelantes el lugar que ocupó, del que le desalojamos por derecho entre todos nosotros, aunque con sangre, sudor y lágrimas.…
Escribo, luego existo.