Saltar al contenido

Mes: febrero 2015

Silencio (Rumores de la foresta, y III)

  «Un poco más, solamente un esfuerzo más y ya estamos arriba. Caramba, o este puesto está cada vez más complicado, o yo no me llamo Nacho. De todos modos, no es cuestión de engañarse en demasía, compañero. Hace tan sólo cinco años, te hubieras subido y bajado de este mismo puesto diez veces seguidas sin detenerte para nada, fumándote después un puro hasta los labios, todo ello sin mover un músculo. La verdad, cuando uno está ya frisando edades poco ortodoxas, por decirlo de una manera suave, o se vive de prestado o se teme, casi todos los días,…

Fiebre de otoño temprano (Rumores de la foresta, y II)

«Curioso; ese montón de hierbajos y ramas resecas no estaba aquí antes de ayer, cuando pastábamos muy cerca. Me pica bastante la curiosidad, todo hay que decirlo, pero, en el fondo, siento más recelo que otra cosa. Bueno, estaremos ojo avizor por si las que vuelan.»    «Da gusto pasear por el bosque en estas madrugadas del septiembre temprano, cuando la niebla lo envuelve todo, peleando con la luz ya cercana por el dominio del espacio, compartido con una brisa de fragancia muy especial. El rocío que cubre la tierra, los pastos todos, se deshace bajo nuestras patas sigilosas, y…

Memorias de un arco de caza (Rumores de la foresta, I)

Hace ya muchos años, quizá demasiados, que escribí estos pequeños relatos sobre la vida en el monte y la caza con arco, una de mis pasiones favoritas. Creo que se nota el paso del tiempo por ellos, pero, aún así, no puedo ni quiero renegar de mi creación. Lo cierto es que los escribí durante una de las épocas más dulces y apasionantes de mi vida; quizá por ello les tengo un indudable cariño. Aunque están colgados en mi web, no me resisto al impulso de subirlos a este blog, dudando, no obstante, de si es este su lugar o…

Pisando suave…

  «Por tu pie, la blancura más bailable, donde cesa en diez partes tu hermosura, una paloma sube a tu cintura, baja a la tierra un nardo interminable.» El rayo que no cesa, Miguel Hernández No recuerdo con demasiada claridad cuándo comencé a sentirme atraído por los pies femeninos. Cierto y verdad es que siempre me habían parecido obras maestras de esa misteriosa ingeniería que conocemos como evolución, de ese alegre demiurgo que, con el concurso de infinidad de eones, entra y sale de nuestras existencias a capricho, para modelarlas según sus propias creencias, deseos y opiniones. No hay más…

Plaza de Olavide

Anoche, de madrugada temprana, una lluvia fina y molesta caía sobre Madrid. Inmisericorde, calaba hasta los huesos de puro aburrimiento, a fuerza de insistir en su monótona tarea, dejándome el cogote helado al desaparecer casi instantáneamente, evaporada por el calor de mi cuerpo. Atravesaba yo la plaza de Olavide, camino de mi casa, cuando les vi. Casi ocultos entre las sombras que proyectaban los arbustos y setos que adornan el lugar, y apenas dos siluetas para mis ojos, cegados momentáneamente por las farolas de la calle, pero allí estaban. Pude distinguirles con más claridad al irme aproximando a ellos, mientras…

Nuevo orden

Intenta uno escribir como vive, o, lo que es lo mismo, vivir como escribe. Escribo  -insisto, intento escribir-  a carajo sacado, con toda la valentía de la que soy capaz, poniendo en ello todo el coraje del que carezco, lamentablemente, para otros menesteres. Hago frente a mis fantasmas y a mis obsesiones en un doloroso viaje, para conseguir exorcizarlos por el mero expediente de compartirlos con quienes me hacen la merced de asomarse a mis llanuras interiores, con aquellos que curiosean amablemente en los recovecos de mi ego. Procuro así deshacerme de antiguos demonios, aunque esa arriesgada maniobra no sirva, en…