La primera tormenta del verano madrileño es siempre una tormenta ilustrada, porque coincide con la feria del libro de mi ciudad. Es como si los millones de hojas escritas que habitan las casetas de ese evento levantasen súbitamente el vuelo. Como mariposas de ajedrez recién eclosionadas, como una nube arlequinada que huele a vainilla y a cardamomo, suben alegres hacia el firmamento, respondiendo a la lluvia. El hechizo implacable del agua las atrae, cruel, con un firme impulso ascensional, que recuerda con estremecedora claridad al mejor gótico flamígero. Y en ese momento, el aire se tiñe con el poderoso aroma del…
Escribo, luego existo.