Mi querido padre cerró los ojos a la luz de este mundo hace ya treinta y seis larguísimos años. El viaje sin él está siendo un tanto triste, si bien es cierto que me visita con amable frecuencia en mis sueños. Supongo que ese es el territorio en el que ahora habita, en compañía de otros muchos recuerdos, de mis otros muy queridos muertos. Y claro que le echo de menos. No pasa un solo día sin que su imagen se abra paso en mi cabeza; no deja de aconsejarme ante cada problema, ante cada bandazo de la vida. Precisamente…
Escribo, luego existo.