Vuelvo algunas noches caminando hasta mi hogar desde la calle Princesa. En sus inmediaciones regenta un entrañable bar de copas un querido amigo mío, de manera que me escapo a verle con una frecuencia más o menos digna. Menudean las cervezas y la conversación puede muy bien hollar la madrugada, alegremente ajenos a las horas que se nos van, como se nos va la vida. El asunto mejora sensiblemente si hay parroquianos nuevos o desconocidos, si bien es cierto que eso no suele ocurrir con asiduidad. La noche de Madrid es así, y así es el sino de mi amigo. Cerrado…
Escribo, luego existo.