Saltar al contenido

Adiós, estío

El verano se nos muere a chorros. Mi estación favorita llega a su fin con esa tristeza discreta y elegante con la que inevitablemente se despiden algunas de las mejores cosas de nuestra azarosa vida. Sentimos su dolorosa brevedad, su provisionalidad, y nos prometemos erradicar ambas año tras año cuando llegan estas melancólicas fechas y pensamos en el próximo veraneo.

Atrás, ya muy atrás, azulean los días luminosos de este extraño estío, que nadie sabe si ha sido ya de verdad o si no ha hecho más que servir de ensayo para la época más amable que sin duda ha de llegar. Ya aparecen las luces sobrias del otoño mientras la fría y profunda fragancia de septiembre lo invade todo, presagiando así la oscuridad invernal.

Al igual que en el Año Nuevo, llenamos nuestra agenda mental con buenos propósitos, la mayoría de los cuales acabarán despanzurrados a lo largo del año, varados como pecios sin nombre en las arenas de cualquier playa: el verano que viene hay que disfrutar más, dejarse llevar el doble. Aquella muchacha del pelo rizado esperará sin duda que la cortejemos; el amigo al que no vemos más que durante esta temporada querrá cenar con nosotros, abrazarnos fuerte; habrá que visitar ese paraje que tenemos señalado como favorito en algún lugar de nuestra fría realidad cibernética, ocuparnos más de nuestros hijos, decir más veces te quiero.

Clásicos de un verano que se apaga mientras sus contornos pierden nitidez al alejarse de nosotros, llevándose bajo sus alas ajadas momentos que jamás volveremos a vivir.

Sí, ya sé que la estación aún no ha acabado oficialmente, ya sé que resta casi un mes para que los meteorólogos certifiquen su defunción armados con la impavidez que les caracteriza, protegidos por esa indiferencia tan propia de profesionales. Pero me malicio que basta con la vuelta a la rutina diaria para que el común de los mortales se vea obligado a dar carpetazo al asunto al tiempo que la vida cotidiana asoma su duro rostro al abrir la puerta de casa cuando llegamos maletas en mano. Se acabó la fiesta, los focos del estadio se han apagado. Ya no somos los auténticos protagonistas de nuestras propias vidas, cuyo rumbo queda en manos de otra realidad bien distinta.

Hago balance sentado en el porche de mi casa. Pienso en los meses que se han ido y lo hago con una tremenda añoranza del tabaco, hay que joderse. Diez años antes, hubiera repasado mis hazañas estivales con un cigarrillo en los labios, envuelto en la sedosa penumbra de la última noche de agosto. Escuchando el clamoroso silencio, observaría las evoluciones de las grises volutas, dibujadas contra el azabache del cielo, y posiblemente saborearía un bourbon con un par de piedras hasta que la luz del día me enviase a la cama, puto vampiro desde que nací. Así me resultaba mucho más agradable asistir a la proyección privada con la que mi memoria me agasaja cada final de temporada.

En fin, aún sin tabaco ni bourbon, aquí estoy. El viento no ha hecho acto de presencia y un delicioso aroma a jara, aligustre y pino inunda mi olfato. Espolea mi imaginación y mis recuerdos como solamente el brutal poder evocador de los olores puede hacerlo. No ha estado mal. Este verano se ha portado bien conmigo, una vez más. Pongamos que de notable alto, para que me entiendan los que no han sido víctimas de la profunda imbecilidad de nuestros múltiples sistemas dizque educativos. Un verano de clima un tanto atípico, de indecisiones y de dudas ante la tragedia colectiva que estamos sufriendo, pero en el que he asistido al lento e imparable triunfo de la vida, que se abre camino inexorablemente como lo lleva haciendo desde antes del principio de los tiempos. He reído, he reído mucho; he conocido personas interesantes, llenas de atractivo; he conversado hasta la aurora con buenos y viejos amigos, he compartido con ellos comidas y cenas; he amado y me he sentido amado, he escrito y he viajado. En suma, he sido feliz en la medida de mis posibilidades. 

Honradamente, creo que poco más puedo pedirle a la estación que languidece despacio sobre mi escritorio. Quizá un tiempo más amable; a lo mejor, un poco más de sol y algo menos de viento. Y ya puestos a pedir, que vuelva, que vuelva cuanto antes con ímpetu renovado, para hacernos olvidar durante un breve lapso de tiempo tantas cosas abrumadoramente aburridas como nos esperan entre la niebla de las grandes ciudades.


#marianogómezgarcía, #narrativacontemporánearecomendada 😎😎, #novelanegrarecomendada😎😎, #JinetesEnLaNiebla, #Zulú, #CanciónDeCrimea, #ProsaCanalla, #novelahistoricarecomendada😎😎

Comentarios desde Facebook

Publicado enGeneral

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.