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Aurora

new dayPor segunda vez en lo que va de noche, llora. Siente una congoja indefinible, que le arranca gruesos lagrimones. Sentado en la acera, con las manos entrelazadas bajo las rodillas, todo gira a una velocidad de vértigo a su alrededor. Luces intermitentes, destellos azules y naranjas; curiosos que se arremolinan como polillas suicidas, atraídas por el resplandor de los faros presentes en la escena.

A su derecha, una motocicleta destrozada exhibe impúdicamente sus entrañas, o lo que queda de ellas, empotrada contra el maletero de un todoterreno. Sus jugos, la esencia de su vida, se desparraman lentamente sobre la acera y la van tiñendo de un curioso color verde fósforo.

La puerta abierta del automóvil deja ver a una mujer, hermosa y joven, que se suena ruidosamente la nariz mientras consigue hablar a duras penas con un policía. Con el ceño fruncido, el agente va tomando nota de la declaración de la joven.

El hombre se levanta y se dirige, con premura, hacia el grupo de personas que rodean la escena del accidente. De repente, necesita enterarse con auténtica desesperación de lo que acaba de acontecer allí; no sabe por qué, pero así lo siente hasta en la médula de sus huesos.

Pero tan sólo el silencio responde a sus enfebrecidas preguntas; nadie se gira, ni siquiera para mirarle, mucho menos para contestarle. Intenta, ya fuera de sí, agarrar a uno de los agentes de policía para suplicarle, para exigirle que le cuente, detalle a detalle, qué ha sucedido allí…

Más todo es en vano. Horrorizado, percibe perfectamente que es incapaz de tocar, de asir, de interactuar con todo lo que le rodea. Objetos y personas se resisten, crueles, a sus tremendos esfuerzos. Y cuando gira sobre sí, preguntándole al cielo qué es lo que le ocurre, rezando a gritos para poder salir de semejante pesadilla, entonces lo ve. A cierta distancia de la motocicleta, como un muñeco roto, un pelele triste yace sobre el asfalto. Su cuerpo presenta multitud de heridas y su cabeza, con el casco aún puesto, describe un ángulo imposible para una persona viva.

Instintivamente, se echa la mano al cuello dolorido. Recuerda, entonces, bajo la lluvia cruel y recortándose su espectro contra la fachada de un edificio cercano, por qué ha llorado la primera vez durante esta noche que es ya interminable.

El personal médico introduce el cadáver en la ambulancia y el vehículo  se aleja raudo, aunque ya no hay prisa alguna. La policía acompaña a su casa a la mujer del todoterreno, que una grúa se encarga de transportar. Los restos de la motocicleta, como si de un insecto enorme y malparado se tratase, viajan ya hacia el desguace a lomos de otro vehículo.

Se queda de pie, parado y triste, luchando por aceptar su nueva condición. Sabe que su llegada al mundo espectral no tiene viaje de retorno, aunque reconocer tal hecho no le consuela en absoluto.

Mientras la aurora comienza a clarear, el espectro se aleja caminando muy despacio, disolviéndose poco a poco en la nada pavorosa que en adelante será su hogar.

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