Amanece lentamente en la gran urbe. El sol asoma su ígneo rostro, poco a poco al principio, casi diríase que con algo de temor, con reservas. Acaba de doblegar a la noche, que ya huye despavorida, y aún no cree a pies juntillas en su victoria. En el séptimo piso de un gran edificio, duerme tranquilamente un hombre. Su sueño se ve alterado, de repente, por la llamada de su despertador. Mientras se agita, pensando incluso en no levantarse, empieza a escuchar las noticias del día por la radio, que se ha puesto en marcha automáticamente desde el propio…
Escribo, luego existo.