Pues si. Nada más y nada menos que en 2008 inauguré este mi primer blog, pensando que conseguiría darle ciertos visos de continuidad, pensando en que lograría por fin expresarme de acuerdo con esa ineludible necesidad de la blogosfera de éxito que se llama periodicidad, y que es uno de los principales consejos que cualquier blogger veterano dará al recién llegado a estas lides: escribe con periodicidad más o menos fija, no consientas que tus seguidores se aburran, porque acabarán abandonándote; es muy difícil lograr seguidores, pequeño padawan; es muy sencillo perderlos… Qué desastre, ¿no? Vaya insigne patinazo, qué sublime dejadez… ¿tendrá solución semejante desaguisado? ¿aprenderé de mis errores y conseguiré seguir escribiendo con cierta lógica cadencia temporal? ¿O pasará otro largo lustro antes de que vuelva a publicar algo aquí? Mejor no prometer nada: el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras.
Bueno, hombre, bueno. Lo cierto y verdad es que, siendo este blog como es un mero ejercicio de autoconversación -por no decir de masturbación intelectual o algo similar- , el siempre delicado asunto de los seguidores no me preocupa en exceso. Para empezar, ni me gusta la palabra ni lo que denota, especialmente en la web: no sé si serán manías mías, pero la encuentro muy cargada de un servilismo que me repugna, con franqueza. Ni sigo a nadie ni la seguiré; distinto será que me apetezca tener noticias de las publicaciones y opiniones por escrito de según qué personas, pero de ahí a seguirlas, como si fueran mis líderes o mis guías, va un trecho largo, larguísimo, cuya longitud se ve aumentada drásticamente por un problema de edad: ya no estoy para liderazgos ni para zarandajas por el estilo, ya se me ha pasado ese arroz… qué le vamos a hacer.
Por otra parte, tampoco me quita el sueño ese supuesto éxito que comporta el tener muchas visitas diarias, aunque debo reconocer que me hace cierta gracia comprobar las estadísticas de mis otros blogs y webs: no deja de chocarme que entren personas en ellas, y me alegra mucho que encuentren en sus contenidos asuntos que les sean de utilidad, si ese es el caso. Pero, en el fondo, el aplauso ajeno me resulta eso, francamente ajeno.
Visto lo visto,puede haber quien pregunte -a lo mejor con cierta razón- «A ver, Leizael, todo eso está muy bien, pero ¿por qué y para qué escribes entonces? ¿Desprecias al lector, ignorando así que los aprendices de escritor nada son sin alguien que lea sus pensamientos, sus inquietudes? » En absoluto, querido amigo. Ni ignoro ni desprecio a nadie, porque tampoco cuento con que cuanto opino y escribo llegue a resultar importante o interesante para ese nadie; no es para tanto. Pero escribo porque siento de vez en cuando la necesidad irrefrenable de hacerlo, de poner negro sobre blanco -aunque sea tinta electrónica o medio digital- lo que pienso, lo que opino, lo que me alegra y me entristece, lo que me da la vida y me la quita. Ni más ni menos. Nada más lejos de mi intención que romper ese binomio mágico, esa atadura vital que une al escritor con su público, puesto que nada son el uno sin el otro: ¿cuándo se llega a ser escritor? ¿cuando se publica algo o cuando ese algo es leído por un número indeterminado de personas? Dado que hoy publica -hace público algo- cualquiera (a las pruebas me remito, claro) y dado igualmente que resulta muy fácil que muchas personas lean ese algo, debido todo ello al auge de Internet y sus medios, creo que esto último puede ser materia de reflexión para muchos de nosotros, juntaletras por afición.
Mucho me temo que no queda más que seguir adelante, seguir emborronando cuartillas, por así decirlo, enfrentándonos a diario al estremecedor vacío blanco del papel, de la pantalla. Aunque solamente sea por el desafío que supone, por el mero placer de hacerlo. Lo demás, se dará por añadidura… o no.
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