“Regocijaos, oh jóvenes,en vuestra juventud…”
Eclesiastés
Pobláis la foresta de mis recuerdos como una tribu de mágicas amazonas, siempre dispuestas a manifestarse a la menor oportunidad, a arrancarme el alma a base de nostalgia, con ese dolor profundo y terrible que causa el certero conocimiento de que aquellos tiempos de ensueño ya no volverán jamás. Puedo ver todos vuestros rostros con cristalina claridad, mientras danzáis, hermosas y crueles, en la difusa frontera que separa, cada vez con mayor frecuencia, la realidad de la fantasía, lo vivido de lo soñado.
Os amé a todas, pero no todas me correspondisteis, no todas quisisteis compartir mi mundo, ni aceptar lo que os podía ofrecer, lo que os quería regalar. Pero, aun así, a ninguna guardo rencor: entre todas, me ayudasteis a hacerme hombre, me mostrasteis el camino a seguir, no siempre recto y claro, no siempre alfombrado con flores. Al calor de vuestros senos, aprendí a sentir la inmensa alegría de vivir, a disfrutar del magnífico latido de la vida, mientras iba recorriendo los arcanos senderos del amor, siempre iguales y siempre distintos, llenos de escurridizos diosecillos sonrientes y de afilados dientes de acero, que contemplaban mis progresos con mirada atenta y vigilante, prestos a utilizar su aterrador poder.
Por todo ello, he decidido, arrastrado por la fuerza tremenda que aun hoy ejercéis sobre mi vida, hablar de vosotras y de mi sin demasiados tapujos, con total sinceridad. No citaré nombres, como veréis, ni todas vosotras saldréis a relucir, por diversos motivos, aunque está más que claro que hay un lugar en mi alma para cada miembro de esta sensual tribu. Si tuviera que hablar sobre todos y cada uno de los hermosos ojos que llegaron a vencerme en alguna ocasión, que me capturaron en su hechizo, creo que no acabaría nunca: aunque nocherniego y algo taciturno, mi corazón jamás ha conocido ni el reposo ni el cansancio en lo que a semejantes lides se refiere.
Así pues, fantasmas del paraíso, fugaces damas aladas, jirones de hermosa niebla blanca y luminosa que me dais la vida, yo os invoco: venid una vez más a mí, prestadme vuestro poder y dotadme con el agridulce don del recuerdo; permitidme que os rescate del cruel olvido para que podáis lucir, una vez más, vuestras mejores galas ante mis ojos enamorados. Que brille vuestro antiguo esplendor, que reluzcan las diademas de vuestras frentes: bailad una vez más para mi, os lo ruego. Quizá así pueda romper el implacable sortilegio que me ata a vosotras, quizá así afloje la presa mortal que me impide olvidaros…
Muy buena idea. Lindo y bien escrito. Me gusta
Pues ya sabes, anímate…
El 7 de octubre de 2013 21:53, La Salamandra