La noche me está mirando. Llega repleta de sonidos, de aromas. A lo lejos, los patéticos intentos de una disco móvil, o de algo peor, insultan a la tremenda quietud de la luz que agoniza suavemente frente a mi. En la cercanía, los rumores de conversaciones familiares inundan el aire: la vida estalla por doquier y nadie quiere dejar de homenajear al verano que nos deja. No se mueve una hoja, y la temperatura es francamente deliciosa, increíble de todo punto para estos días y para estos lares. Hay tan poca diferencia entre el suave calor de hace dos o tres horas y la dulcísima calma de estos momentos, que cerrando los ojos resulta casi imposible distinguir un momento de otro. Es el legado magnífico de un estío que agoniza con elegancia entre pinos y jaras, de un tiempo recientemente pasado que se aleja a toda velocidad, diciendo adiós como hay que decirlo, con una sonrisa amable y con esperanza en el pecho. Parece mentira, pero a las diez menos veinte de la noche, la luz aún pelea con la oscuridad en este espléndido teatro de mis sueños.Aunque el sol sigue imponiendo su ley, comienza ya a perder el empuje de hace unas semanas. El viento del norte, apenas una brisa risueña y cálida durante agosto, galopa ya con más brío, desvelando la furia que en él habita y que el otoño desencadenará. Los días se acortan, siguiendo el ritmo inexorable de las estaciones, y todo hace presagiar la llegada de la calma otoñal, de esa vida ralentizada con la que nos obsequian los meses venideros. Es hora ya de que me retire a mis cuarteles de invierno. Sin prisa pero sin pausa, con la discreción que semejantes maniobras requieren. He vuelto a Ávila tras un largo y en ocasiones muy doloroso paréntesis, para encontrarme solo y desnudo con una sospechosa frecuencia. Gracias a un saber hacer que afortunadamente aún me adorna y, sobre todo, a la cariñosa intervención de algunos amigos bien escogidos, asisto al ocaso de un verano que me deja vibrantes recuerdos. Dado que aún conservo la bendita capacidad de sorprenderme, de agradecer los nuevos amaneceres que mi devenir me depara, he saboreado las mieles que este particular verano ha tenido a bien regalarme. Es cada día una nueva oportunidad de celebrar la vida con todas sus consecuencias, tanto más cuanto que las sombras, hoy por hoy, han cedido el paso a la luz.
No mencionaré uno por uno a mis nuevos amigos de este verano, como tampoco citaré a mis amigos de siempre, de todos mis estíos, de mis singladuras todas bajo este cielo. Se corre el peligro cierto de dejarse algún nombre en el tintero, de olvidar mencionar ese recuerdo que te apuñala el alma, esa noche que quisiste sin final o esa copa de vino que sabía a gloria bajo el cruel sol de la sierra.
Todos vosotros me pertenecéis de alguna manera, puesto que conozco vuestros nombres y con ellos os invoco, del mismo modo que una parte de mí vive ya en vuestro interior. Así pues, no es necesario enumeraros para saberos cerca y para agradeceros el calor humano y la gallarda compañía con la que me obsequiáis, tan decididamente necesaria.
Sólo me resta brindar por un nuevo estío, más cálido y fecundo si ello fuera posible, más poderoso y cuajado de nuevas experiencias. Espero y deseo poder vivirlo de nuevo, rodeado de mi hermosa gente, de mis queridos paisajes, de los siempre emocionantes avatares de un viaje magnífico que no cesa.
Escribo, luego existo.
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