Saltar al contenido

No es verdad

No, no es cierto en absoluto, aunque eso ya me lo maliciaba yo. Un clavo no saca otro clavo, al menos no en todas las ocasiones. Depende de la calidad de ambos, del material del que estén hechos y, sobre todo y ante todo, de lo profundo que el primero haya llegado a clavarse, del daño que haya infligido en la carne y en el alma, de la huella que deje al retirarse. Hay algún guasón por ahí, en la marabunta tremenda de la red de redes, que afirma que quien apoya semejante frase no tiene ni idea ni de amor ni de carpintería, lo que se me antoja cierto de toda certeza, y quien defiende, por otra parte, que efectivamente un clavo saca otro clavo, pero que el martillazo no hay quien te lo quite… en fin.

Martillazos aparte, me parece que han pasado ya eones cuando en realidad apenas hace un mes de aquel tristísimo momento. Nuestra despedida -la tuya, para ser exactos- puso un repentino final a dos años intensos y felices, a un período de tiempo lleno de vida y de alegría, al menos para mí. Ahora tengo amargamente claro que para ti no se trató de lo mismo, pero eso ya carece por completo de importancia, porque a estas alturas nada puedo -podemos- hacer para remediarlo, querida. Sin embargo, contra viento y marea, muy a pesar de algunos y para regocijo de otros muchos, a despecho de la clamorosa diferencia de edad que nos separaba, convivimos durante una temporada que se me antojó eterna, divertida, lúbrica, tierna. Nada de roces, nada de discusiones graves; nuestra existencia se deslizaba tranquila y apacible acomodándonos en su regazo como si llevásemos toda una eternidad juntos; nos entendíamos con tan solo mirarnos y nuestra entente funcionaba con una suavidad y elegancia que eran la envidia de muchos. Y de muchas, justo es decirlo.

No pienso explayarme sobre las causas de nuestro estrepitoso fracaso, para qué remover la pena. Baste decir que mi principal error con respecto a ti consistió en haber nacido treinta y tres años antes que tú, de eso no me cabe la menor duda. Tu impaciencia y la inconsistencia de la juventud, ligadas con mi ceguera -esa tan propia del hombre enamorado- y con la deliciosa sensación de saberte querido -porque me querías, lo sé- devinieron finalmente en una mezcla catastrófica de resultados previsibles. A este respecto, habré de decirte que siempre tuve muy claro que lo nuestro tenía fecha de caducidad: nunca fui tan iluso como para suponer lo contrario, si bien es cierto que no sospechaba que todo acabase tan pronto y de un modo tan abrupto. Mejor así, pienso cada vez con más frecuencia. Asunto zanjado antes de que el dolor, agravado por la edad, fuera del todo insoportable. Y supongo que acierto, pese a tantas cosas.

En cuanto al final que ya hemos protagonizado, debo mencionar que también estoy aquejado por un problema de falta de práctica, porque hace treinta años largos que nadie me decía lo que tú me dijiste. En el transcurso de mis últimos amores, siempre había sido yo quien pronunciaba la terrible palabra final, quien emprendía un nuevo viaje libre ya de ataduras, de manera que una dosis de mi propia medicina resulta doblemente lacerante, a qué negarlo. Al final, el karma nos alcanza a todos. Pero aún así, lo cierto es que avanzo en dirección contraria a ti a un ritmo que me sorprende, rápido y mantenido, muy en contra de lo que yo suponía después de los primeros días, durísimos e inacabables. De momento, he conseguido que no se me salten las lágrimas viendo tus fotos, algo es algo. Por cierto, las tengo todas guardadas en un disco duro, aunque he de confesarte que no acabo de saber demasiado bien para qué o por qué lo hago.

Cuando me asaltan las queridas imágenes de nuestra vida en común, procuro mirarlas solamente de reojo, no de frente, no vaya a ser que se rasgue el delgado velo que he logrado construir para separarlas de mi historia y me toque volver a levantarlo desde cero, porque ese asalto se produce con toda la imparable fuerza de la juventud, de tu juventud. Te oigo susurrar en mi oído palabras apasionadas, jadear junto a mí y me aterra la posibilidad de volver a caer en las garras pavorosas de esos recuerdos, la certeza de perderme para siempre en el pozo sin fondo de la desesperación. Creo que jamás he amado a mujer alguna con tanta intensidad como a ti, pero con el tiempo confío en que ese velo adquiera grosor, se endurezca y opaque como si fuera una auténtica catarata que se aloje en mi cerebro en lugar de hacerlo en mi retina. Así, cuando todo entre tú y yo se desdibuje piadosamente, cuando las aristas de lo que fue se suavicen, podré asomarme sin miedo a uno de las épocas más queridas de mi vida, a salvo de las penas, dolores y extravíos que un corazón bandolero como el tuyo le regala a manos llenas a un tipo como yo.

Ahora soplan otros vientos, de eso no me cabe la menor duda. Últimamente, todo a mi alrededor se mueve a una velocidad de auténtico vértigo, y no acabo de saber si eso es bueno o es malo, pero desde luego es lo que hay. Dado que por razones evidentes ya me queda poco tiempo, es muy probable que sea lo mejor que me puede suceder: sea como fuere, prefiero la tempestad a la calma chicha. Los acontecimientos se suceden sin solución de continuidad desde que me dijiste adiós en el portal de tu casa. Junto a la publicación de mi segunda novela, esa que te dediqué, han llegado al azaroso discurrir de mi existencia otras personas, visiones tentadoras de otros mundos distintos al mío que puedo y quiero compartir, que me ilusionan y me devuelven algo de la fe perdida, una cierta parte de los pelos que me dejé en tu gatera, corazón. Estoy escribiendo una tercera novela, he retomado mi actividad en la radio y en mis podcast, vuelvo a las páginas de mi querido blog, del que durante tanto tiempo he estado ausente. Vivo de nuevo, en resumen. Claro está, desconozco -obvio, no seas majadero- cómo acabará mi actual singladura. A veces tengo la sensación de haber llegado a puerto, de haber alcanzado una bahía a salvo de la galerna, aunque posiblemente sea demasiado pronto como para poder asegurarlo. Quién sabe. Quizá sea mejor, más saludable, caminar siempre sobre hielo quebradizo, no dar nada por sentado, no bajar la guardia y mantener así la tensión y el compromiso, como decía la de Beauvoir.

Querida mía, tú me devolviste la pasión perdida, desbocada, el mordisco ardiente del deseo y la alegre inconsciencia de mi olvidada juventud: tan solo por eso, te estaré siempre agradecido. Sí, es muy posible que tu tío Julio tuviera razón: a lo mejor eras el premio maravilloso al que yo era acreedor después de una época de brutal dureza para mí, el adormecedor consuelo que la artera Fortuna me regalaba para resarcirme de tanto dolor, siquiera haya sido por un breve, brevísimo instante en la historia de mi vida: «Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.»

Vuelvo a estar enamorado y eso siempre son buenas noticias para el viejo nómada que llevo dentro, pero me reafirmo en lo dicho: no, no es verdad que un clavo saque otro clavo. Al menos, no siempre lo es. Y en el fondo, me parece que no hay nada de malo en ello.

Comentarios desde Facebook

Publicado enGeneral

Sé el primero en comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.