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Nuevo orden

IMG_0924Intenta uno escribir como vive, o, lo que es lo mismo, vivir como escribe. Escribo  -insisto, intento escribir-  a carajo sacado, con toda la valentía de la que soy capaz, poniendo en ello todo el coraje del que carezco, lamentablemente, para otros menesteres. Hago frente a mis fantasmas y a mis obsesiones en un doloroso viaje, para conseguir exorcizarlos por el mero expediente de compartirlos con quienes me hacen la merced de asomarse a mis llanuras interiores, con aquellos que curiosean amablemente en los recovecos de mi ego. Procuro así deshacerme de antiguos demonios, aunque esa arriesgada maniobra no sirva, en multitud de ocasiones, más que para invocar otros nuevos, diferentes e igualmente poderosos.

Vivo  -insisto, intento vivir- con el escaso arrojo que a estas alturas me queda, guarecido en la fortaleza infame, nunca deseada,  de la edad madura, en ese correr de los días que comienza a perder el brillo lujurioso de lo que fue. Me resisto, siquiera sea a la desesperada, a abandonar antiguas posiciones, viejos postulados vitales que amenazan con  venirse abajo ante el peso insoportable y blanco de la nada que se aproxima.

De ahí esa dicotomía sangrante, esa tan íntima contradicción. Muy posiblemente, se acerca el momento de comenzar a aceptar la actual situación, más que a resignarse ante ella, de aplicar a la vida el valor que uno muestra frente a la pantalla del ordenador o a la taimada cuartilla.  Con toda seguridad, tiene que ser posible recoger todo aquello que el paso del tiempo no ha deteriorado irremisiblemente para recomponerlo, para contemplarlo todo bajo una nueva luz. Es imprescindible aplicar un nuevo prisma a los avatares de la vida ya recorrida y a los oscuros, ignotos meandros que se adentran en una desconocida distancia, esperando ser hollados para revelar sus arcanos.

Soy un hombre afortunado, siempre lo he sido. Cuento, a mi alrededor, con casi todos los ingredientes necesarios para encarar la peripecia diaria en busca de algo muy similar a la felicidad, por aquello de no pedir demasiado. Se impone, así pues, reunir el valor necesario para seguir adelante con arreglo a un nuevo y mejor orden de cosas. Me creo que ya he dejado en la gatera casi todos los pelos que me tocaba dejar, de manera que el resto del viaje no debería resultar excesivamente batido por los vientos ni azotado por la lluvia.

Y todo ello, porque en el fondo de mi viejo corazón creo a pies juntillas que ni escribir ni vivir merecen la pena si no ponemos en ambas actividades la pasión imprescindible, el tan necesario arrojo que permite al pecho ensancharse y respirar al compás del alma, aventurera,  reinventando la propia existencia si ello fuera necesario. Lo que haga falta con tal de poder seguir contemplando amaneceres llenos de limpia niebla, atardeceres oníricos y noches cuajadas de apasionadas singladuras.

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