Amanece lentamente en la gran urbe. El sol asoma su ígneo rostro, poco a poco al principio, casi diríase que con algo de temor, con reservas. Acaba de doblegar a la noche, que ya huye despavorida, y aún no cree a pies juntillas en su victoria.
En el séptimo piso de un gran edificio, duerme tranquilamente un hombre. Su sueño se ve alterado, de repente, por la llamada de su despertador. Mientras se agita, pensando incluso en no levantarse, empieza a escuchar las noticias del día por la radio, que se ha puesto en marcha automáticamente desde el propio reloj. Decidido ya a saltar de la cama, se dirige al cuarto de baño, contemplando la ciudad a sus pies, que se despereza como un gato inmenso. Miles de ventanas iluminadas atestiguan que los hombres se incorporan, un día más, a sus tareas.
Su cuarto de baño está iluminado por suaves halógenos, que invitan al recreo y al cuidado del cuerpo, al tiempo que la vista reposa sobre los tonos blancos y acerados de la estancia. Se oye una música suave, y sobre el gran espejo que preside la habitación, se ilumina una pantalla de ordenador, incorporada al mueble, que comienza a informar a nuestro hombre sobre los avatares del mercado bursátil y sobre su correo pendiente. Ya afeitado, se mete en la ducha de hidromasaje, que ha memorizado hace mucho tiempo las dimensiones de su cuerpo, facilitando que los múltiples chorros de agua impacten con la presión adecuada en los puntos necesarios.
Hay un delicioso aroma a café en la vivienda, y el murmullo de la ciudad, el abigarrado son de tantos seres humanos, de tantas historias de vida y de muerte entremezcladas, lucha por vencer al aislamiento del edificio para así penetrar en su fría calma interior, sin conseguirlo. La cafetera automática, programada la noche anterior, ya está en silencio, y el hombre comienza a ojear las noticias de la prensa escrita en la enorme televisión del salón comedor, conectada a internet. Habrá que abrigarse, parece; el viento del norte ataca de nuevo; será cuestión de elevar ligeramente la temperatura de la calefacción…
…un trueno rasga el aire cruel de la mañana, y la lluvia castiga, inmisericorde, las colinas cercanas. Ruge el tigre de colmillos de sable en la lejanía, y el hombre despierta aterrado, empapado de sudor, preso todavía en su reciente sueño. Mira sus manos en busca de todas aquellas imágenes que contemplaba hace escasos minutos; observa a sus congéneres y abre la boca para dirigirles la balbuceante palabra… y se echa a llorar desesperadamente ante el recuerdo imposible del futuro paraíso perdido.
(Relato ganador del Primer Premio del Concurso «La Ciencia y tú», quinta edición, convocado por el Museo de la Ciencia de Valladolid y el periódico «El Norte de Castilla», fallado el 9 de abril de 2015).
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