Eres, sin discusión alguna, corazón, la mujer que más daño me ha hecho en mi vida. Poco sospechaban mis veinte años, nada más conocerte, que lo nuestro -sería mucho más ajustado a la realidad decir «lo mío» a secas, o «lo mío contigo»- iba a acabar en tragedia. Al menos, así lo vivió mi pecho, henchido de vida y de juventud, poco acostumbrado al sufrimiento y al pesar de cualquier clase. Muy posiblemente, a estas alturas de mi travesía, la cosa no hubiera pasado de un disgusto de fin de semana, quizá ni eso, pero en aquellos entonces, rodeado por…
Escribo, luego existo.