«Tabivo Naritgant, aquel hombre peligroso, era sin duda de ningún tipo un llamativo ejemplar de ser humano. Avanzaba sobre un magnífico pinto más decorado que los caballos de sus guerreros. Erguido sobre una breve manta roja que le servía de silla, lucía un collar de varias vueltas de piedras, cuentas y huesos de venado y cruzaba su poderoso pecho, que llevaba al descubierto, un doble pectoral de idénticos materiales. Unos pantalones de cuero marrón claro con flecos cubrían sus piernas y calzaban sus pies un par de mocsins, aquel peculiar calzado indio, de cómodo aspecto, también bordados. Un orgulloso halo…
Escribo, luego existo.