Está llegando el otoño con una suavidad casi sospechosa. Los días, pese a ser ya escandalosamente cortos, son cálidos y amables, y las noches permiten el paseo, la copa o el sueño, con una placidez que no sé si augura algo bueno; posiblemente tan sólo se trate de la puerta de entrada a uno de esos inviernos de Madrid que te arrancan la piel a tiras de puro fríos que resultan al final. Por otra parte, ni una sola nube en el horizonte; el agua se está haciendo esperar, y el monte está ya completamente achicharrado tras el largo estío,…
Escribo, luego existo.