Despeinada y feliz me preguntas con voz ronca, anegada aún por el sueño, que qué quiero desayunar. Me da igual el desayuno porque contigo, bajo un sol amable y candongo, siempre es fiesta, no existe la prisa. Posiblemente me conformaría con morderte la nariz y ver cómo te vistes tras la ducha, despacio y con mimos, pero tengo que pensármelo más despacio. Quiero que lleves la voz cantante, amore. Esta aventura en noviembre es para los dos, pero tú la mereces y la necesitas mucho más que yo. Al fin y al cabo, no soy más que un simple corsario…
Escribo, luego existo.