Pues sí, sí que lo siento. Los azacaneos de la vida laboral, que no es vida, sino un deforme remedo de la misma, me han mantenido hoy lejos de la cena con mi gente, de los auténticos seres humanos que habitan mi pueblo, mi refugio favorito. Digo «mi pueblo» y digo bien, porque aunque no soy nacido allí, se trata del único lugar en el que me encuentro a mis anchas, en el que a nadie doy explicaciones y en el que nadie me las pide. He faltado a la ceremonia de los lunes, a ese encuentro con otra cara de la realidad, bien distinta del jetuño diario que el devenir de los días me ofrece; ya lo siento, e intentaré ponerle remedio en la próxima ocasión, aún a sabiendas de que los días perdidos no tienen redención posible, no sé si para bien o para mal. Prometo utilizar mis días libres más y mejor, prometo no olvidar las escasas horas en las que me siento vivo de verdad, prometo disfrutar cada minuto sintiéndome alejado de toda la inmundicia que me/nos rodea en esta ciudad que nos va matando poco a poco, tan alegre, tan cruelmente y con tan escaso estilo.
Ya lo siento…
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